jueves, 15 de octubre de 2009

EL TERCERO EXCLUIDO









POR: JOSÉ LUIS FERRANDO



El periodista de LT14 subrayó la posibilidad histórica que se dio en el marco de un enfrentamiento entre el poder político y el mercado. Se refiere a la pulseada que ganaron las asociaciones civiles con la aprobación de la Ley de Medios.

“Mis convicciones en materia política son harto conocidas; me he afiliado al Partido Conservador, lo cual es una forma del escepticismo”, dice Borges en el Prólogo de El informe de Brodie. Más adelante agrega magistralmente: “Cada lenguaje es una tradición, cada palabra, un símbolo compartido; es baladí lo que un innovador es capaz de alterar…”

¿Tiene algo de malo ser conservador? Supongo que no. ¿Acaso somos todos, todo el tiempo, innovadores, cuestionadores del statu quo? ¿Se puede vivir, o tan sólo dar un paso después de otro, si a cada instante nos preguntaremos si está bien que lo demos, hacia dónde lo daremos? ¿Está mal comer un asado habiendo tanto hambre en el mundo? Es más razonable pensar que todos somos un poco conservadores y un poco transformadores de nuestra realidad cotidiana y de la de los demás, en la medida de lo que podemos y queremos.

Si de dirigentes políticos se trata no habría por qué pensar diferente; después de todo, aunque buena parte del periodismo progresista de las últimas dos décadas se haya empeñado en despegar su procedencia de la propia sociedad, los políticos provienen de allí, y es bueno no olvidarlo. Como es bueno saber que cuando uno repite ese tipo de apreciaciones puede ser conservador sin saberlo. Pasa, y muy seguido.

Por eso, insisto con la pregunta: ¿Tiene algo de malo ser conservador? Bueno, en un país con millones de almas en la pobreza, para no abundar con más datos conocidos, ya tendríamos argumento para decir que sí. Sin embargo, uno debe admitir que cualquiera tiene derecho a pensar como le plazca, aún si considera que el hambre de los otros no es un problema. Se trata de una opinión discutible, tanto como la que considera lo contrario. Son dilemas de la democracia. Y es éste el único sistema que permite discutirlos sin, digamos, por ejemplo, matarse. Es curioso, pero el pueblo que inventó la democracia inventó también el teatro, desde donde Aristófanes hacía reír a los atenienses del poder.

La lógica del tercero excluido funciona más o menos de esta manera: dos actores discuten permanentemente hasta ponerse de acuerdo. Aunque parezca que nunca se van a poner de acuerdo, finalmente siempre lo hacen. Y cada tanto miran de reojo a un tercer actor que quiere entrar en la discusión, pero se hacen un guiño y siguen discutiendo sin dejar entrar al tercero. Así viene funcionando la política argentina en veintiséis años de democracia. Peronistas y radicales, Estado y mercado. Esta vez sucedió algo novedoso. Dos actores, uno de la política, el Gobierno; otro del mercado, Clarín, se pelearon en serio. Y el Gobierno se acordó que había un tercer actor: las organizaciones civiles que han venido trabajando todo este tiempo por una nueva ley de radiodifusión sin ser tenidas en cuenta por anteriores gobiernos ni por este, hasta ayer. Y el proyecto de ley de medios K, que no es K, se transformó en instrumento de discusión política. Y con él acaba de ingresar a la política el tercero excluido, el tercer sector. Novedoso. Y peligroso.

Varios legisladores de la oposición, humillados, rabiosos por la paliza que les dio el oficialismo, ya trabajan en las modificaciones que intentarán aprobar en el próximo Congreso. Los gerentes de los multimedios anunciaron el Apocalipsis (que Carrió se olvidó de patentar), esta vez jurídico. Y Mariano Grondona les advirtió a los jueces de la Corte Suprema que deben dejar de ser un grupo de buenos juristas para transformarse en un “Poder de la Nación”. Se vienen.

Vamos a obviar el lugar común de que defienden intereses. Todos los defienden, y no es esperable de ningún análisis político serio ignorar que esto forma parte de la política. Lo que aquí sucede hay que analizarlo algo más allá de las enumeraciones sobre las bondades o defectos de la letra de la ley. No es adecuado comparar social y políticamente fenómenos que no son comparables, pero en este caso vale: al igual que lo que sucede con el conflicto en Kraft Foods, lo que está en juego no es sólo una cuestión de negocios o de rentabilidades. Si a los obreros de la ex Terrabusi no se los “disciplina” convenientemente el panorama para el resto de las grandes empresas puede no ser muy alentador. Lo saben todos, incluido el Gobierno, que ha mantenido una política tímidamente restauradora de algunos derechos perdidos en los ‘90 por el sector trabajador, y cuando puede habla del fifty-fifty entre capital y trabajo. La Presidenta lo dijo más claramente en su discurso inaugural ante el Congreso: “Somos peronistas, no nos interesa la lucha de clases”. No hay por qué olvidarlo.

La nueva ley de medios, tal como fue aprobada, no significa un programa revolucionario de izquierda, como algunos quieren hacer creer. Pero en un país donde ha imperado durante casi tres décadas de democracia una lógica dicotómica, previsible, manejable para las elites dirigentes políticas, empresarias, sindicales, y hasta –por qué no- de las propias organizaciones sociales, la ruptura del paradigma bidireccional de la comunicación puede tener sencillamente consecuencias imprevisibles. “¿Cuál es la respuesta a la pregunta? El problema”, decía Foucault, para ensayar una alternativa al tercero excluido, allá por los ‘70. ¿No será demasiado después de tantos años de dicotomías tranquilizadoras? ¿Estamos preparados para problematizar la realidad?

Como integrante del Foro Popular de la Comunicación, espacio conformado en principio para el debate de la nueva norma y posteriormente para su –y no tengo problemas en decir la palabra- militancia, considero que es sumamente necesario estar atentos a los próximos acontecimientos. Lo que acabamos de conseguir puede significar un antes y un después para la democracia argentina y para las reales posibilidades de un país mejor. O puede transformarse, vía reglamentación, modificaciones impuestas por la oposición, o negociadas con el propio Gobierno, en un instrumento más del juego entre los actores de siempre, entre los integrantes de un no declarado pero claramente operativo Partido Conservador, que en su versión neo, no puede pronunciar su nombre. Su concreta operatividad en mucho dependerá de la continuidad de nuestra lucha y de la construcción de un sujeto colectivo social y político que dé sustancia al cambio para el cual la norma aprobada establece un piso formidable. Para ello es necesario tratar de aprehender la realidad tal como es: compleja, diversa y a veces indescifrable. Pero, sobre todo, aceptar el desafío del reconocimiento y la aceptación de la diferencia, que en definitiva no es otra cosa que el Otro, distinto de uno mismo, y de mi pariente-parecido a mí.

Mientras, por el pago, los más conspicuos representantes del Partido y sus comunicadores amigos se dedican por ahora a distraer la atención. Para ellos, lo importante en estos días no fue la aprobación de una nueva ley de radiodifusión que reemplazó a la de la dictadura más sangrienta, sino la efeméride de la Constitución, aprobada hace un año. Y próximamente asistiremos, como ya se anticipó, un día después del bochorno de no haber bajado a dar el debate en Diputados, a la discusión sobre la regulación de la publicidad oficial, con la perlita para que nos entretengamos sobre si debe asignarse o no por cuotas de audiencia. Ya se anunció que se convocará a toooodos los periodistas de la provincia. Qué interesante.

Página Política, 12 de Octubre de 2009.-

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