viernes, 19 de febrero de 2010

LA CARNE ES LA CARNE. NO ES EL SUSHI

El pecado de la carne, la concupiscencia del sushi

La inflación inflaciona, lo que inflaciona se infla y lo que se infla se desinfla. Aunque algunos soplan para ver si revienta. La carne es la carne. No es el sushi. Y por algo cuando aumenta de precio nos cunde un pavor de impotencia. No hay hierba, no hay legumbre, no hay sucedáneo que compensen el escarnio de tener que amenguar su consumo.

Y por más que los dietólogos y el colesterol malo desalientan la tentación de la carne de vaca, no hay pollo, no hay cordero ni pescado ni chancho que valgan. Porque la única carne que es auténtica carne no es la que bala o la que pía, la que relincha o la que croa, ni la que chilla. Es la que muge. Si en la India existen las intocables vacas sagradas, en la Argentina es al revés, los sagrados son los que las comen. Y si no se sienten desnutridos aunque estén gordos como productor de campo.
Cuando aquellos conquistadores ladrones, malacostumbraron a las vacas y los toros a las pampas silvestres inauguraron nuestro mayor placer y nuestro mayor pecado: el de la carne. Y a la par la angurria ganadera y la conducta que la instiga.

Ya en el poema antirrosista, “El matadero”, Esteban Echeverría nos retrataba como barras bravas brutales; draculizados y sanguinolentos de vísceras y entrañas. A su vez Borges describe a la carnicería del barrio “como una afrenta de la calle./ Sobre el dintel/ una ciega cabeza de vaca/ preside el aquelarre/ de carne charra y mármoles finales/ con la remota majestad de un ídolo”. /
Las góndolas de los supermercados, menos bestiales, no paran de gotear hilos de sangre y grasa a través del envase. No es casual que el cine argentino haya filmado “Carne” con Isabel Sarli como inolvidable ícono nutricio.

Y que al comenzar el siglo veintiuno nuestro derrumbe bancario inventara el “corralito”. El nuevo cuco es la inflación asociada a la carne. No es que no haya algo cierto, pero también es cierto que no es igual aquella inflación con la mitad del país sin un hueso para el caldo, que hoy en que solo debe optar suspender el cuadril por la falda. No es igual aquella inflación con plata falsa que esta inflación con plata genuina. No es igual aquella inflación sobre el hambre, que esta inflación sobre el consumo. No es igual la inflación con desempleo y ajuste que con trabajo y actualización de salarios.

Los grandes medios inflacionan la inflación y nos refriegan tiras de asado y bifes anchos como utopías cada vez más distantes. Toda la Argentina es estrujada en el forzado casillero de la carne y todos los argentinos somos juzgados como adictos incontinentes, porque aumenta el ojo de bife. Nos tratan como idiotas carnívoros incapaces de deducir desde qué lugar de estómagos saciados se nos amenaza con la carne. No esperéis de los productores ni los ganaderos la filantropía de que si los dejan hacer y cambia el gobierno y se lleva bien con los cuatro jinetes gauchos del apocalipsis, nos van a traer la carne delivery al galope, a precio de oferta. Lo que nos van a traer son grumos de soja de la que no les compran los chinos para los chanchos.

Déjense de inflar. No nos corran con la carne mientras se atragantan de guita y de sushi.

Orlando Barone

lunes 15 de febrero de 2010

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